Me genera algo de gracia cuando, luego de temporadas de turismo extremadamente buenas, o extremadamente terribles, se atribuye el éxito o el fracaso de las mismas a quienes dirigen en esos momentos el Ministerio de Turismo.
El coronavirus deja en claro que la industria turística es una de las más volátiles del mundo. Siendo mucho más evidente, la volatilidad en los resultados turísticos, en aquellos países que dependen fundamentalmente de sus vecinos. Ni que hablar en Uruguay, donde solo tiene dos, a diferencia de cualquier país del Caribe o Europa, que los tienen por decenas.
Veamos el caso de Japón, una isla que maneja el turismo, como casi todo en su país, de manera muy profesional, muy organizada y muy pensada. Pero aunque lo hiciera muy mal, habría tenido de todos modos el crecimiento demencial de recepción de turistas chinos, que pasaron de 400,000 en 2003 a los actuales 8.5 millones anuales. Simplemente porque está junto a China, que en los pasados años, gracias a su crecimiento económico, pasó a ser el principal país emisor de turistas a todo el mundo.
Pero de la misma manera que los ganó, ahora, debido al virus, los va a perder. Y en ambos casos, la eficacia o planificación de la JNTO (Oficina Nacional del Turismo Japonés) poco tuvo o tendrá que ver con los resultados finales.
El turismo siempre estará sujeto a crisis internacionales o regionales, a los tsunamis o erupciones volcánicas. Hoy es el coronavirus, en los pasados años fueron los ataques terroristas y en 2009 fue la pandemia por la gripe H1N1 que tanto afectó al turismo de México.
El salto impresionante de 50 millones de turistas anuales a más de 80 millones que ha tenido España en tan solo 4 años se debió a que los ataques terroristas en Turquía, Egipto y el norte de África, llevaron a los turistas del resto de Europa y Rusia a cancelar sus viajes a estos destinos para entonces elegir España e Italia, lo que resultó devastador para aquellos y abrumador para estos dos, que ahora afrontan el irónico “problema” de contar con exceso de visitantes.
En Uruguay no tenemos epidemias, ni volcanes ni terrorismo, pero tenemos como vecinos a dos países, que a pesar de ser riquísimos, tienen un alto índice de corrupción que garantiza un ciclo de bonanza y otro de crisis.
¿Significa entonces que gobernantes y empresarios del sector turístico deben simplemente resignarse a cruzar los dedos y esperar que los ciclos de bonanza en Brasil y Argentina duren mucho? Para nada.
Las autoridades nacionales deben trabajar en la excelente, eficaz y creativa promoción de la oferta turística uruguaya, en la seguridad y la conectividad. Las autoridades departamentales deben preparar sus ciudades con buenos accesos, señalización y limpieza.
Y los actores del sector privado deben esforzarse en atender a los visitantes de manera excelente, abrir sus puertas todo el año (en especial en Carnaval, Semana Santa y feriados), y, aunque les cueste mucho, el tiempo que dedican a quejarse, deben dedicarlo enteramente a unirse con sus colegas para organizar eventos a lo largo del año, aprovechando que el terrorismo en Uruguay es casi inexistente, y que las epidemias que cada tanto aparecen por el mundo, en nuestro país pasan de largo. Los eventos, pequeños, medianos y grandes, llenan hoteles y generan muchos ingresos. Por ahí va la cosa.
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